Este fenómeno visual, compartido por el equipo del sitio arqueológico, refleja la resiliencia de la vida y la luz en medio de la oscuridad. Tal belleza dramática era comprendida y representada por los antiguos artistas que habitaron esta ciudad prehispánica.
El evento también pone en evidencia un detalle astronómico notable: la orientación del Altar 46, conocido como “Piecitos”, hacia el punto del horizonte donde el sol aparece durante el solsticio de invierno. Este monumento —una roca con dos huellas humanas esculpidas— formaba parte de un sistema ritual de observación solar. Aunque en junio las condiciones climáticas dificultan la visibilidad del amanecer, en diciembre los cielos despejados permitían a los antiguos habitantes marcar con precisión el paso del tiempo mediante este alineamiento.
Tak’alik Ab’aj, patrimonio mundial, sigue revelando cómo sus constructores vincularon la espiritualidad con los ciclos del sol, testimoniando un legado que aún dialoga con el presente.