Cada traje de convite es una obra de arte que combina historia, pasión e identidad. Detrás de las coloridas máscaras y las brillantes armaduras, hay manos artesanas que dedican meses a convertir un simple boceto en un símbolo cultural.
El artesano Cristian López ha dedicado 12 años a dar vida a estos personajes. Él explica que el proceso siempre comienza con un boceto, ya sea que el cliente lo traiga o que trabajen juntos para crear la indumentaria. Los trajes más solicitados son los de guerreros con grandes plumajes y armaduras. Aunque el trabajo es artesanal, la modernidad se incorpora con piezas hechas en impresoras 3D.
El proceso artesanal
La confección requiere gran paciencia. Jhonatan Hernández, otro maestro del oficio, explica que un solo traje puede llevar entre tres y cuatro meses de trabajo, dependiendo de las piezas solicitadas.
Cada creación inicia con moldes que se trasladan a materiales como cuero, fibra de vidrio o láminas. Los materiales se combinan para crear piezas únicas que incluso integran luces. Según López, “La parte más difícil puede ser realizar los cortes para el ensamble y decorar el traje”.
Además de la complejidad técnica, cada color tiene un significado. Jhonatan cuenta que hay trajes que representan a dioses: “Hay trajes que representan a dioses, y los colores cambian según eso. Por ejemplo, el naranja y el celeste son característicos de ciertos dioses hindúes”. Los artesanos asumen la complejidad de estos detalles, asegurando que la indumentaria siempre destaque.
Al igual que la tradición de los bailarines, este oficio artesanal se transmite de generación en generación. Muchos llegan a los talleres desde niños para aprender, impulsados por el gusto visual. Los creadores de estos vestuarios son los primeros que mantienen viva una tradición que une arte y herencia cultural en cada hilo.